Dejamos a un lado la comunicación real para abusar de la virtual, que es mucho más limitada. Como no serlo, si deja de lado el lenguaje corporal, el contacto visual y físico. Además, dificulta la expresión de sentimientos y emociones.
Estamos perdiendo el diálogo y la escucha atenta. Nuestros hijos parecen haber naturalizado esta nueva forma que les facilitamos irresponsablemente. Están pagando un costo algo elevado, creciendo sin demostraciones de afectos, sin conversaciones reales, con escaso reconocimiento de logros y esfuerzos. Estas palabras motivadoras quedaron reemplazadas por sencillos y prácticos emoticones. Emoticones que minimizan compromisos al no verbalizar lo que sentimos, nos desacostumbran a reconocer e identificar conscientemente lo que nos pasa, anestesiando la emoción y haciéndonos andar en “modo automático”; limitan nuestra expresión y comprensión, generan malos entendidos. Los sentimientos negativos se hacen menos intensos al ponerlos en palabras, evitando su acumulación ayudamos a que se diluyan.
Se dificulta recuperar la vereda, las plazas y campitos… sentarse a tomar mates y charlar con otro padre que también observa a su hijo hacer nuevos amigos y crear fantasías, imaginar ser futbolista famoso, rescatar inocentes, vivir una aventura. “Tengo poco tiempo”, “es peligroso”, “prefiere estar en casa”, son algunas de las justificaciones lamentablemente ciertas.
En este presente turbulento, la familia se encuentra vulnerable y necesita un soporte. Las instituciones acompañan a la familia en el desarrollo y formación de la persona, refuerzan y promocionan los lazos sociales.
El club de pueblo, de barrio, de la mano del deporte contiene y educa, enseña límites, valores y trabajo en equipo, desarrolla actitudes, comportamientos y habilidades, ayuda a los niños a convertirse en personas independientes y responsables. Genera autoestima, empatía, solidaridad, comunicación fluida, ocupación en los propios intereses y motivaciones, desarrollo de iniciativa y creatividad. Incentiva las actividades familiares y fortalece el vínculo padre-hijo. Aumenta las relaciones sociales generando vínculos al compartir tribunas y viajes con otras familias. Funciona como ancla deteniendo la vorágine, ayudando a retener las buenas costumbres.
Bruno Gimenez.